
La vida del barrio varía --como en todos- con el correr de las horas, y lo vimos a todas.
Temprano por la mañana abren los negocios y pasan los camiones de limpieza, que dejan todas las calles como si recién hubiera pasado un temprano aguacero.
Hace frío y la gente va a sus trabajos.
Al mediodía, se llena de turistas de todo tipo que van a ver la parte vieja de la ciudad, las torres romanas que guardaban el ingreso a la vieja ciudad de Barcino, tal el nombre cuando mandaba el comercio y los romanos en toda la costa del Mediterráneo. Los turistas pueden elegir alguno de los bares que sacan las mesas afuera, en las famosas terrazas españolas.
Para ver el pasado romano, nada mejor que ir al Museo Histórico, emplazado en un viejo edificio en cuyo subsuelo pueden verse ruinas de la ciudad romana, entre ellas una tintorería, una bodega dónde se almacenaba vino y restos de la antigua muralla que marcaba el límite de la ciudad. El recorrido se termina en la Plaza del Rei, típica plaza europea medieval sin árboles. Desde adentro del Museo se puede ver hacia afuera, dónde varios niños juegan a la pelota esquivando turistas concentrados en sus mapas y guías.
En Barcino, "el hijo de un liberto podría llegar a magistrado". Algo así como que el hijo de un cartonero llegue a diputado. Me quedo pensando.
Cuando llega la tarde, la gente se vuelve hacia La Rambla o hacia dónde quiera que vaya. En la Plaza de Saint Jaume --dónde está el edificio de la Generalitat- la gente espera a otra gente como en tantas plazas del mundo después del trabajo. El sol cae tarde y el día se hace largo y los bares se llenan de gente que bebe y sale de tapas con compañeros del trabajo. No se ven trajes en esta parte de Barcelona.
Cuando cae la noche, salen las almas descarriadas de la madrugada y los turistas angloparlantes en plan de vacaciones. Olfatean a alguno de los cientos de bares escondidos al final de los callejones del barrio, promocionados algunas veces por argentinos en busca de su agosto.
El movimiento es rítmico: a medida que pasan las horas y los bares, el próximo destino se encuentra por el ruido del movimiento de la gente. Y así se llega a un bar que luce orgullosamente en sus paredes posters de David Bowie y Ian Curtis, y pasa la música acorde a ello.
O a oscuros sótanos en dónde cuelgan jamones de los techos y dónde corre el vino y la risa en iguales cantidades.
Por la noche uno se guía de oído: los mapas no combinan bien con las cervezas y la madrugada.
Cuando llega el silencio, la ciudad te llama a dormir.
Y se vuelve tranquilo y contento a su cama.
Cuando cae la noche, salen las almas descarriadas de la madrugada y los turistas angloparlantes en plan de vacaciones. Olfatean a alguno de los cientos de bares escondidos al final de los callejones del barrio, promocionados algunas veces por argentinos en busca de su agosto.
El movimiento es rítmico: a medida que pasan las horas y los bares, el próximo destino se encuentra por el ruido del movimiento de la gente. Y así se llega a un bar que luce orgullosamente en sus paredes posters de David Bowie y Ian Curtis, y pasa la música acorde a ello.
O a oscuros sótanos en dónde cuelgan jamones de los techos y dónde corre el vino y la risa en iguales cantidades.
Por la noche uno se guía de oído: los mapas no combinan bien con las cervezas y la madrugada.
Cuando llega el silencio, la ciudad te llama a dormir.
Y se vuelve tranquilo y contento a su cama.
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