
Bajamos temprano por La Rambla hacia el Meditarráneo. En el camino encontramos a dos parejas de argentinos bailando el tango motivados --seguramente- por el tipo de cambio favorable.
El destino de esa mañana era el Montjuic, el monte que domina el horizonte sudoeste de Barcelona y desde cuya cima ofrece una vista increíble de la ciudad, su puerto y el inmenso mar Mediterráneo. Allí esta el Castelo, fortaleza medieval que se mantiene en perfecto estado, que contiene un museo militar y que supo ser cárceles de prisioneros políticos durante la dictadura de Francisco Franco.
En el museo, demasiadas cosas del generalísimo para mi gusto. Y también de 'sus amigos': entre las medallas pueden encontrarse algunas que tienen la cruz esvástica tallada en el metal. Son pocas, pero si se las busca bien se las encuentra.
Son de voluntarios españoles que pelearon con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso.
Es la historia, que viene hablando.
Como buena fortaleza, el Castillo está en lo alto de la montaña, y desde su techo se puede ver el puerto y la increíble cantidad de conteiners de todos los colores prolijamente apilados y ordenados cerca del mar.
Las playas --al menos las más turísticas- están fuera del alcance de la vista, pero puede verse perfectamente la Barceloneta. En el patio central se exhiben varios cañones de ese color verde que toma el bronce con el tiempo.
El Montjuic también tiene el Estadio Olímpico y todo el complejo creado para las Olimpíadas de 1992. Todavía parece nuevo. Se destaca la Torre de las Comunicaciones, del arquitecto Santiago Calatrava, el mismo que en Puerto Madero hizo el Puente de La Mujer.
El Museo de Arte de Catalunya es espectacular... por afuera. Seguro que por dentro también, es sólo que no tuvimos tiempo. Quedaría para otro día u otro viaje.
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