jueves, agosto 24, 2006

El Montjuic

El otro día nos encontró con un desayuno temprano y la extraña sensación de incredulidad ante este hecho tan cierto como extraordinario: estamos en Barcelona. Este sentimiento se repetiría los primeros días de la travesía.

Bajamos temprano por La Rambla hacia el Meditarráneo. En el camino encontramos a dos parejas de argentinos bailando el tango motivados --seguramente- por el tipo de cambio favorable.

El destino de esa mañana era el Montjuic, el monte que domina el horizonte sudoeste de Barcelona y desde cuya cima ofrece una vista increíble de la ciudad, su puerto y el inmenso mar Mediterráneo. Allí esta el Castelo, fortaleza medieval que se mantiene en perfecto estado, que contiene un museo militar y que supo ser cárceles de prisioneros políticos durante la dictadura de Francisco Franco.

En el museo, demasiadas cosas del generalísimo para mi gusto. Y también de 'sus amigos': entre las medallas pueden encontrarse algunas que tienen la cruz esvástica tallada en el metal. Son pocas, pero si se las busca bien se las encuentra.

Son de voluntarios españoles que pelearon con la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso.

Es la historia, que viene hablando.
Como buena fortaleza, el Castillo está en lo alto de la montaña, y desde su techo se puede ver el puerto y la increíble cantidad de conteiners de todos los colores prolijamente apilados y ordenados cerca del mar.

Las playas --al menos las más turísticas- están fuera del alcance de la vista, pero puede verse perfectamente la Barceloneta. En el patio central se exhiben varios cañones de ese color verde que toma el bronce con el tiempo.

El Montjuic también tiene el Estadio Olímpico y todo el complejo creado para las Olimpíadas de 1992. Todavía parece nuevo. Se destaca la Torre de las Comunicaciones, del arquitecto Santiago Calatrava, el mismo que en Puerto Madero hizo el Puente de La Mujer.

El Museo de Arte de Catalunya es espectacular... por afuera. Seguro que por dentro también, es sólo que no tuvimos tiempo. Quedaría para otro día u otro viaje.

martes, agosto 15, 2006

Las horas en el Barri Gotic

El Barri Gotic (fotos en Flickr) es una de las partes más encantadoras de Barcelona. Y como dije alguna vez, es recomendable perderse voluntariamente por sus intrincadas calles curvas y sus baldosas irregulares.

La vida del barrio varía --como en todos- con el correr de las horas, y lo vimos a todas.

Temprano por la mañana abren los negocios y pasan los camiones de limpieza, que dejan todas las calles como si recién hubiera pasado un temprano aguacero.

Hace frío y la gente va a sus trabajos.

Al mediodía, se llena de turistas de todo tipo que van a ver la parte vieja de la ciudad, las torres romanas que guardaban el ingreso a la vieja ciudad de Barcino, tal el nombre cuando mandaba el comercio y los romanos en toda la costa del Mediterráneo. Los turistas pueden elegir alguno de los bares que sacan las mesas afuera, en las famosas terrazas españolas.

Para ver el pasado romano, nada mejor que ir al Museo Histórico, emplazado en un viejo edificio en cuyo subsuelo pueden verse ruinas de la ciudad romana, entre ellas una tintorería, una bodega dónde se almacenaba vino y restos de la antigua muralla que marcaba el límite de la ciudad. El recorrido se termina en la Plaza del Rei, típica plaza europea medieval sin árboles. Desde adentro del Museo se puede ver hacia afuera, dónde varios niños juegan a la pelota esquivando turistas concentrados en sus mapas y guías.

En Barcino, "el hijo de un liberto podría llegar a magistrado". Algo así como que el hijo de un cartonero llegue a diputado. Me quedo pensando.

Cuando llega la tarde, la gente se vuelve hacia La Rambla o hacia dónde quiera que vaya. En la Plaza de Saint Jaume --dónde está el edificio de la Generalitat- la gente espera a otra gente como en tantas plazas del mundo después del trabajo. El sol cae tarde y el día se hace largo y los bares se llenan de gente que bebe y sale de tapas con compañeros del trabajo. No se ven trajes en esta parte de Barcelona.



Cuando cae la noche, salen las almas descarriadas de la madrugada y los turistas angloparlantes en plan de vacaciones. Olfatean a alguno de los cientos de bares escondidos al final de los callejones del barrio, promocionados algunas veces por argentinos en busca de su agosto.

El movimiento es rítmico: a medida que pasan las horas y los bares, el próximo destino se encuentra por el ruido del movimiento de la gente. Y así se llega a un bar que luce orgullosamente en sus paredes posters de David Bowie y Ian Curtis, y pasa la música acorde a ello.

O a oscuros sótanos en dónde cuelgan jamones de los techos y dónde corre el vino y la risa en iguales cantidades.

Por la noche uno se guía de oído: los mapas no combinan bien con las cervezas y la madrugada.

Cuando llega el silencio, la ciudad te llama a dormir.

Y se vuelve tranquilo y contento a su cama.